lunes, 4 de abril de 2011

Reseña de uno de los mejores libros con la mirada Antropológica.

SEXO Y TEMPERAMENTO. MARGARET MEAD. EDITORIAL PAIDOS. BUENOS AIRES. 1961. TITULO DEL ORIGINAL EN INGLES: SEX AND TEMPERAMENT IN THREE PRMITIVE SOCIETIES. 250 PÁGINAS. 

Una vida diversa, que se salía de lo común, de la heterogeneidad como lo hicieron sus investigaciones, es la de la gran autora Margaret Mead. Mujer considerada uno de los pilares de la antropología cultural, siendo una de las primeras en establecer las características sociales y culturales relacionadas con los sexos. Aunque murió en 1978, sus investigaciones brindaron y aún brindan aportes no solo a la antropología sino a las ciencias sociales y humanas en general. 

Estadounidense, nacida en Filadelfia, en el año de 1901, hija de padres relacionados con las ciencias sociales, intelectuales y agnósticos, que la influenciaron desde su niñez, abriéndole espacio para que se introdujera en la escritura (diario) desde los nueve años de edad y para que reconociera su temperamento firme y audaz que la caracterizaba; inicio sus estudios de Psicología y Antropología en la Universidad de Columbia, a sus 23 años, obtuvo una beca que le permitió iniciar sus investigaciones como etnóloga en Samoa; allí durante 9 meses estudio la vida de los adolescentes, obteniendo bases para publicar su primer libro: Coming of Age in Samoa A Psychologial Study of Primitive Youth of Wetern Civilizatión (1928), de donde obtuvo su primera hipótesis, acerca del determinismo cultural, con la intención de rebatir las teorías reconocidas en la época, que entrelazaban comportamientos con temperamento -o personalidad-. Siguiendo por esta misma línea de investigación se encuentran dos libros más, el primero publicado tan solo dos años después Growin up in Guinea a comparative stude of primitive education, y el segundo (publicado en su primera edición en 1935) del cual se ocupa esta reseña, fruto del trabajo en campo de 2 años, texto que constituyó bases fundamentales en las teorías antropológicas basadas en la gestación y el concepto de genero y en las teorías psicológicas y educativas. 

Para el año de 1926 fue nombrada conservadora ayudante del Museo Americano de Historia Natural de la ciudad de Nueva York y en 1964, ascendió a conservadora. Asumió el cargo de directora de investigación de culturas contemporáneas en la Universidad de Columbia 1948 - 1950 y el de profesora adjunta de antropología a partir de 1954. En septiembre de 1969 fue nombrada profesora titular y directora del departamento de Ciencias Sociales en la Facultad de Artes Liberales de la Universidad de Fordham en el Lincoln Center de Nueva York.

Tras tener una vida laboral y personal agitada pero entregada en todo lo que hacia, Margaret Mead murió en la ciudad de Nueva York a la edad de 76 años, después de haberse casado tres veces, tener una hija con su tercer esposo, haberse separado para reivindicar la posibilidad de mantener amores apasionados y libres, alternándose entre amantes ocasionales hombres y mujeres, contra la idea dominante en la sociedad occidental del matrimonio monógamo. Así, esta mujer de vida apasionada en lo personal y lo profesional dejo un legado básico para las ciencias humanas y sociales#.

Uno de estos textos fundamentales como se nombro anteriormente, es “sexo y temperamento en tres sociedades primitivas”, publicado por primera vez en 1935, y luego en 1961, donde la autora a partir del estudio comparativo del comportamiento sexual de tres comunidades primitivas de Nueva Guinea propone su tesis acerca de las diferencias entre los sexos. Margaret Mead analiza en esta obra clásica la forma en que estas tres sociedades, han agrupado sus actitudes sociales, hacia el temperamento en relación a las diferencias de sexo. Examina la forma en que cada uno de estas poblaciones asume conciente o inconcientemente el tema de las diferencias sexuales, demostrando que cada una de ellas lo había desarrollado de distinta manera.

Expone así en tres capítulos cada una de las sociedades estudiadas y analizadas en profundidad, sin que parezcan por ello independientes, pues a lo largo del texto va relacionando las características fundamentales de estas sociedades, no solo las creencias culturales como ceremonias, costumbres, simbología, pautas de crianza, de educación, alimentación, trabajo, etc, sino que introduce al lector de forma detallada en un espacio geográfico que permite ubicarse imaginariamente dentro de cada comunidad y conocer detalladamente el ambiente en que se encontró cada población al momento de la investigación y la relación o no relación existente entre las tres poblaciones primitivas. En cada uno de estos capítulos la autora realiza subdivisiones que permiten al lector entender el proceso de cada una de las tribus analizadas e incluye procesos desde el embarazo, niñez, adolescencia y matrimonio, entremezclando dentro de estos, las características que permiten reconocer la influencia de la cultura sobre el comportamiento humano y sobre los sexos. Además resalta los -inadaptados- de cada una de estas sociedades primitivas, analizando igualmente su posición. Estas observaciones y comparaciones extraídas de un detallado y dedicado trabajo etnográfico le permitieron a la autora analizar las relaciones entre personalidad y cultura, demostrando que los rasgos Psicológicos que se consideraban propios del temperamento y adheridos a un sexo y a una cuestión biológica, son demarcados realmente por las estructuras culturales en las cuales se encuentra inmerso cada ser humano. 

Para realizar dicha investigación la autora tomó como unidad de análisis tres tribus al azar, que en la medida de lo posible no hubiesen sido intervenidas anteriormente y que conservaran características esenciales de su cultura y su lengua. Para ello se basó en información y mapas de otros etnólogos que habían estado en la zona con anterioridad. Su propósito investigativo consistió como lo manifiesta ella misma en “descubrir en que medida las diferencias temperamentales entre los sexos eran innatas o hasta que punto estaban determinadas culturalmente, y además investigar en detalle los mecanismos educacionales en sus conexiones con estas diferencias”#. Objetivo que se ve cumplido a través de la lectura del texto, especialmente en las conclusiones que expone la autora, donde manifiesta su punto de vista basado en hechos comprobables bajo su investigación.

La primera de estas tribus analizadas por Margaret Mead fue los Arapesh. Esta población ubicada en Nueva Guinea, se divide en tres comunidades, los de la playa, los de la llanura y los de la montaña, fueron estos últimos, en quienes concentró su atención la autora. Por su ubicación geográfica a diferencia de las otras dos comunidades Arapesh, la población de la montaña es la que posee mayores desventajas agrícolas con una tierra infértil y por lo tanto menos comida, menos posibilidad de caza, y menos posibilidad de comerciar; sin embargo los caracteriza su hospitalidad, siendo esta su mayor motivación para vivir y la cooperación y la sociabilidad de gran importancia para su existir. 

Sin una organización política, ni lideres voluntarios, ni reglas sociales fijas o arbitrarias, trabajan en grupos sobre una huerta comunalmente, siendo uno el anfitrión y los demás los invitados. Igualmente realizan cooperativamente la caza, la construcción de viviendas, se comparten las cosechas. Trabajan todos para todos, prefiriendo laborar en los proyectos iniciados por los demás. No teniendo sentido de propiedad. 

Su principal objetivo es “criar hijos y plantar cocoteros suficientes para mantenerlos mientras vivan”#. La autora considera que a esta tarea -maternal- se unen tanto hombres como mujeres con igual intensidad y entusiasmo. Los niños son el centro de atención, bajo una educación sentimental y cuidadosa se guía al niño para que tome confianza y seguridad, sea bondadoso y hospitalario, siendo esto lo más importante. Por este motivo, procesos como el destete se realizan con detallado cuidado en esta comunidad. Y aunque se presente lo que se llamaría en la sociedad occidental -la división del trabajo- labores domésticas para las mujeres y de proveedor para el hombre, la autora resalta que en la labor del cuidado de los niños participan ambos con igual responsabilidad. Para los Arapesh no existe afán para que el niño crezca rápidamente y no se estimula la competencia entre estos. Desde los cinco años, los niños se comprometen, la esposa desde niña crece en la familia del que será su esposo, quien al ser adolescente trabaja para ella. Logrando que en el matrimonio como en el resto de su vida, no se presenten sobresaltos que alteren su seguridad emocional. 

Bajo estos parámetros los niños a los siete años, se presentan felices, seguros y confiados, expresan la ternura con facilidad, no presentan episodios de agresividad, muestran respeto por la propiedad  y sentimientos de afectividad hacia el otro. Siendo estos últimos algunos de los motivos para que la violencia no haga parte de la vida de los Arapesh, por un lado porque no se presenta cotidianamente, y por otro porque cuando se da esporádicamente no es reconocida como tal. “En esta sociedad ajena a la violencia, donde se supone a todos los hombres pacíficos y cooperativos y sorprende aquel que no lo es, no existen sanciones para aplicar al hombre violento”#. Las disputas inician con conversaciones coléricas, pero bajo la escucha y la excusa, y si se sobrepasa esto, se llega a un lanzamiento de un hacha que se hará con sumo cuidado para no lastimar al contrincante. 

De lo anterior, la autora resalta entre otros aspectos, que el niño Arapesch tiene características maternales no solo por imitación, sino por la experiencia durante la infancia a la que es sometido: una niñez en la que se evita el dolor, no se le presiona, se le protege, se le brinda afectividad, y se le va introduciendo en procesos poco a poco, sin causarle impactos emocionales, proyecta a un hombre adulto sensible capaz de llorar ante una acusación considerada injusta. De esta forma la autora relaciona directamente el aspecto educacional con el cultural. 

Al pasar al proceso de matrimonio en los Arapesh la autora relaciona este sistema con la organización estructural de esta sociedad, donde la niña-esposa es elegida por el padre del niño-esposo, eligiendo así, a la vez, cuñados para su hijo, tíos maternos para sus nietos y la posibilidad de mejorar su circulo familiar. Sin embargo, la autora resalta que a diferencia de otras poblaciones indígenas, los Arapesh no establecen con claridad la diferencia entre la relación consanguínea y la del matrimonio. Este aspecto igualmente se relaciona con la explicación que extrae la autora directamente de la tribu, acerca del incesto “los Arapesh no contemplan el incesto como una tentación repulsiva y horrorosa, sino que les parece una estúpida negación de las alegrías que se experimentan al aumentar, por medio del matrimonio, el número de personas a la que se puede amar y en las que es posible confiar”#.

Para los Arapesch no es concebible la idea de que los sexos mantengan diferencias en su temperamento, para ellos tanto la mujer como el hombre deben ser cooperativos y pacíficos. 

A varios kilómetros de distancia de esta comunidad se encuentra la segunda tribu analizada por la autora, los mundugumor, quienes ya no son apacibles, sino por el contrario presentan un carácter áspero y violento. Están ubicados geográficamente a orillas de uno de los ríos de Nueva Guinea, cazadores de cabeza hasta poco antes de iniciada la investigación por Margaret Mead. Cuentan con una tierra fértil, lo que los lleva a que el sentido económico no sea motivo de disgusto, como si los son las mujeres. Son reconocidos como guerreros y cazadores. Su temperamento presenta carácter violento tanto en hombres como en mujeres. El instinto materno no caracteriza a la mujer mundugumor, sus hijos son tratados con rudeza, no es sensible ante su llanto. Para la autora, las características rudas de las mujeres podrían ser consideradas en la sociedad occidental como masculinas y no como femeninas. 

Entre los hombres persiste un sentimiento de desconfianza, los niños se educan de tal forma que se sienten incómodos ante los mayores, fomentan por convencimiento entre los miembros de un mismo sexo la incompatibilidad y solo es posible la relación por medio del sexo opuesto.

Explica la autora que la estructura básica del parentesco se llama rope, y es allí donde se presentan mayores intrigas y desacuerdos. “Un rope esta compuesto por un hombre, sus hijas, los hijos de sus hijas, las hijas de los hijos de sus hijas” “toda propiedad, con excepción de la tierra, la cual es fértil y poco cotizada, se transmite con el rope, aun las armas pasan de padre a hija”#. Anundado este aspecto al rito del casamiento que lleva a que las familias se odien. En los mundugumor se cambia una hermana por una novia, llevando a que entre hermanos se presente rivalidad por las hermanas, a la vez que entre padres e hijos persista igual desavenencia pues el más ferviente deseo es lograr cambiar a la hermana o a la hija por una o más esposas. De esta forma en cada vivienda de los mundugumor existe una esposa inconforme y unos hijos agresivos que reclaman a sus hermanas como posesión única para el cambio y posibilidad de una esposa. 

En este sentido la autora relaciona que como el numero de sexos no es equitativo hay disputas entre los hermanos por las hermanas para intercambiar, acentuando aun mas la violencia entre los hombres, especialmente entre padre e hijo, porque ambos tienen el mismo derecho. Mientras la madres esperan que su hija sea canjeada por un hijo, con el fin de que su esposo no la canjee por otra esposa (rival) pues es muy posible que esto suceda ya sea por que significa mas riqueza y poder como fuerza de trabajo o por sentirse más joven y menos agredido por sus hijos.  

Es este uno de los motivos por el cual un embarazo es recibido con disgusto, donde el padre solo quiere hijas y la madre solo hijos, cada uno con la intención de ampliar su rope. Desde el momento del embarazo se inician graves conflictos entre los padres, pues una mujer en gestación, hiere a su esposo si no es una hija, pues al nacer varón, nace un rival y enemigo para el padre sintiéndose cada día en constante decadencia, además de que se ven afectadas las relaciones sexuales de la pareja. Relaciona así la autora que contrario a la primera tribu que investigo (los Arapesh), donde se valora y se cuidan con esmero los niños, en los Mundugumor, es motivo de molestia, el llanto no sensibiliza a las mujeres, la lactancia se ofrece bajo el enojo y la lucha, el destete esta acompañado de insultos y en general todo lo relacionado con la crianza causa incomodidades, dadas estas condiciones solo sobreviven los niños mas fuertes. 

En la comunidad Mundugumor, se prepara y se educa para la rivalidad y la riña, ya sea entre hermanos, padre e hijos, esposa y esposo. Llevando a que tanto los hombres como las mujeres presenten características agresivas, sean celosos, competitivos y violentos. Las niñas desde muy pequeñas se reconocen así mismas como motivo de las peleas, son vistas como única esperanza para los hombres para adquirir poder, pues del número de esposas depende su riqueza dado que ellas representan valor económico para él por medio de su trabajo. 

Luego de conocer estas características tan diversas de los Mundugumor, la autora manifiesta que “no existe ninguna teoría que afirme la existencia de distinto temperamento en hombres y mujeres” Se cree que ellas son igualmente violentas, agresivas y celosas que los hombres. “la sociedad esta construida de modo que los hombres peleen por las mujeres, y las mujeres eludan y desafíen, complicando esta lucha tanto como pueda”#. Así cada uno desde su sexo, ofrece un temperamento fuerte y violento, sin que se llegue a diferenciar claramente uno del otro. 

La ultima comunidad que ocupa la investigación de Margaret Maad es la de Tchambuli, esta tribu se encuentra ubicada en las márgenes de un lago facilitándole la pesca y el comercio y al igual que las anteriores se encuentra en Nueva Guinea. Se caracteriza por su vocación artística, invierten gran parte de sus vida a la preparación de danzas, ceremonias que incluyen pintura, vestuario y música. La abundancia de víveres, gracias a su ubicación geográfica les permite almacenar alimentos y poder así dedicar mayor tiempo al espacio artístico del que gozan todos. 
Para la realización de diferentes danzas y ceremonias artísticas, se reúnen grupos que cambian constantemente debido al aspecto sensible y celosos que se presenta especialmente entre los hombres, quienes son los encargados de la mayor parte de la preparación de estos eventos. Mientras los hombres realizan los respectivos preparativos, las mujeres Tchambulis, son quienes buscan el sustento, especialmente por medio de la pesca, el tejido, el comercio, para luego disfrutar sin molestia alguna de los eventos artísticos preparados por los hombres quienes viven para presentar el espectáculo organizado para ellas. En apariencia es el hombre quien controla las propiedades, pero por lo general debe contar con el consentimiento de su esposa ante cualquier decisión. 

Contrario a los hombres donde se presentan envidia y desconfianza, las mujeres trabajan y disfrutan de la comadrería en grupos, se reúnen en la mitad de la habitación, relegando no intencionalmente a los hombres hacia los extremos, llevándolos a preferir refugiarse en las -casa de los hombres- donde preparan comida, recogen leña y viven como solteros pero con sentimientos de envidia y hostilidad entre los de su genero, presentándose frecuentes discusiones y peleas. 

En lo que respecta a la relación matrimonial, para el hombre Tchambuli “no hay separaciones entre las mujeres de su propia sangre y la esposa con la cual se casa, pues se une a la hija de uno de los hermanastros o primos de su madre“#. Para esto el padre da en nombre del pequeño regalos para la pretensión sobre una mujer del clan de su madre, de esta forma un clan esta unido a otro clan de generación en generación. La organización de los Tchambuli, es patrilineal, un hombre compra a su esposa y se presenta la poligamia y aunque por ello el hombre Tchambuli, se considere el jefe de hogar y propietario de su mujer, es ella la que toma la iniciativa y las decisiones económicas de la familia. El poder real reside en la mujer y este es ejercido suave y tranquilamente, hasta pasar desapercibido. 

En lo que respecta al rol materno y al tipo de educación que se infunde en esa población, la autora describe que este rol es ejercido por la mujer, brindando protección, alimento, compañía, pero no de un modo detallado, más bien libre y espontáneo. A los siete años, el niño se encuentra en medio de dudas y vergüenzas, por un lado es rechazado en las ceremonias de los hombre por ser menor, y por otro, es humillado por aquellos jóvenes algo mayores que él. Entre los ocho y doce años, será -escarificado-, con motivo de su iniciación, donde se sentirá ajeno al proceso, pues no es incluido en nada. Relaciona así la autora el aspecto educacional haciendo énfasis en el hecho de que a los seis o siete años, la niña es preparada para llevar a cabo sus labores, mientras el niño no es capacitado para el desempeño de su papel, se encuentra en medio de la nada, es muy grande para estar con las mujeres y muy pequeño para estar con los hombres, sintiéndose excluido por tres o cuatro años, tiempo que dura este proceso. De lo que la autora deduce que “los niñitos adquieren un ceño y un resentimiento que nunca los abandonan por completo, y llegan a ser los típicos hombre Tchambuli”#, mientras que la niña es preparada de forma más pausada y confiada para ejercer su papel junto a las demás mujeres de la comunidad. 

Para la autora, en esta sociedad, contrario a las dos analizadas anteriormente en su investigación, los temperamentos de los sexos se oponen y complementan, los dos trabajan en sus proyectos sin fines personales, se observa la cooperación. La mujer trabaja y gracias a la moneda recibida por su labor, es posible que el hombre lleve a cabo su danza, así la mujer aporta para que la danza se lleve a cabo y el hombre simplemente la hace. 

Tras reconocer estas características la autora considera que mientras la mujer Tchambuli, posee un temperamento dominador proyectado a la coordinación y organización de su comunidad, además de que es activamente sexuada, el hombre es subordinado desde lo emocional llevándolo a presentar un temperamento más bien débil y susceptible. Así se ve la diferencia asumida por los sexos de esta comunidad. En resumen, la sociedad Tchambuli casi invierte los papeles sexuales de hombres y mujeres que, en nuestra cultura occidental, son considerados como naturales.

Así concluye la investigación de la autora en estas tres comunidades aparentemente tan distintas pero a la vez con características comunes, con diferencias en los temperamentos de los sexos, en la forma en que educan los niños y en la manera en que esto influye en cada uno de los integrantes de cada tribu, llevando a entender que los rasgos psicológicos o de temperamento como los llama la autora, dados por una sociedad a lo femenino y lo masculino no son únicamente producto de un aspecto biológico, sino que estos derivan de una determinada estructura cultural, asumiendo que en otras culturas estas diferencias estereotipadas, pueden no existir, presentarse de diferentes maneras y hasta incluso opuestas a lo que se creía. 

Así, este -descubrimiento, basado en los resultados de una ardua y detallada investigación, tuvo gran influencia en los cambios de mentalidad que desde los sesenta permitieron que se dejara de encasillar al hombre a la mujer, dentro de determinado comportamiento estereotipado y se pudiera ir más allá reconociendo las diferencias de sexos sin que sea relacionado directamente con un rol sexual. 

Muchas veces se suele creer que la única “verdad” es la que se conoce alrededor, la cultura occidental que se nos ha mostrado desde pequeños y bajo la cual se nos ha educado; solo hasta que alguien tan atrevida como Margaret Mead, en el buen sentido de la palabra, realiza una investigación bajo la cual nos muestra otras versiones, somos capaces de entender y creer que la diferencia existe y que esta puede ser tan amplia y distinta que nos costara trabajo entenderlo, pero que al final se puede relacionar tanto con el diario vivir de muchas personas, que se nos hará familiar. 

Aunque Margaret Mead, en la introducción aclara que su intención no es “sexista  ni marcar diferencias entre los sexos, es indudable que el texto escrito aporta datos al respecto, lo cual ha servido de base para el desarrollo de muchas teorías de genero, así como al desarrollo del psicoanálisis; contribuyendo también en las teorías pedagógicas y de la enseñanza.

Al finalizar la lectura, es posible identificar las diferencias y similitudes que posee cada sociedad primitiva investigada, cada cultura, cada tipo de educación, relacionando la influencia que estos hechos hayan podido tener sobre la demarcación estructural social, económica y psicológica sobre cada miembro de las comunidades estudiadas. Identificando así aquellos elementos que son elaboración social y aquellos que pueden ser biológicos, demarcando diferencias entre lo sexos. 

El texto presenta un lenguaje ameno y familiar, para cualquier lector que este interesado en la antropología o en cultural general, pero especialmente puede ser útil para el profesional del área de ciencias sociales o humanas, que desea analizar la diversidad, relacionar estas diferencias con el hombre contemporáneo y tratar de entender el ahora. El momento histórico que vive cada comunidad y cada sociedad, demarca el espacio, el ambiente e igualmente el momento histórico que vive cada ser humano. 

A modo personal, manifiesto que el texto me aporta elementos para visualizar la violencia desde un proceso cultural, engendrado desde la niñez, donde no es posible separar la educación y la cultura y la influencia que esto pueda tener sobre el comportamiento del adulto. 

Para concluir considero que el texto es un gran aporte al trabajo social, dado que invita a reflexionar sobre la gran necesidad existente en esta profesión de integrar las teorías psicológicas, antropológicas y educacionales. Se convierte así, en un texto para ser leído por todo aquel trabajador social, que este dispuesto a analizar la profesión dentro de una contemporaneidad teniendo en cuenta investigaciones anteriores.


NIDIA AURORA NITOLA BETANCOURT
TRABAJADORA SOCIAL

Reseña. Madres y Nodrizas. (Desde la mirada de genero)

Nidia Aurora Nitola Betancourt
Trabajadora Social

“Madres y Nodrizas“, Ivonne Knibiehler, en Tubert Silvia (ed) figuras de la madre, feminismos, catedra, universidad de valencia instituto de la mujer, madrid, 1996. 14 páginas.
  
La Doctora en Psicología y psicoanalista Silvia Tubert, en su obra “Figuras de la Madre” (en esta ocasión como compiladora), incluye diez artículos relacionados social y culturalmente con un tema femenino por su origen biológico: -la maternidad-. Con el claro objetivo de ofrecer a los lectores una mirada interdisciplinaria, los artículos seleccionados por la compiladora permiten analizar, como lo dice el título de la obra, las Figuras de la Madre, en diferentes contextos y espacios históricos, donde cada autor ofrece su propia mirada y aporta desde un enfoque diferente sobre el tema de la maternidad vinculado más que con la maternidad en si misma, con las representaciones sociales, culturales y simbólicas que se le han adjudicado y que han estado presentes y relacionados entre si, a través de la historia.

Uno de estos artículos es el escrito por la historiadora francesa Ivonne Knibiehler, al cual se enfoca esta reseña “Madres y Nodrizas”. En este escrito la autora recorre históricamente dentro de la “cultura occidental“, un tema relacionado con una de las funciones adheridas a la maternidad -la lactancia-. A través del artículo, la autora, muestra una perspectiva de las relaciones que se establecen entorno al tema de la lactancia y el cuidado de los menores y los actores involucrados en ello, ya sea directa o indirectamente. Estas relaciones son: “las relaciones de sexo entre la madre y el padre, las relaciones de clase entre la madre y la nodriza y las relaciones de saber entre la madre y el médico“[1]. Para ir estableciendo este tipo de relaciones, la autora a lo largo del texto describe a sus lectores estos personajes, destacando algunas de sus características y posturas, así como los estereotipos creados socialmente en la época, mientras va mezclando momentos históricos y va vinculándolos  hasta entablar un tipo de relaciones especifico. Igualmente usa los mitos y leyendas basados en fuentes que han investigado el tema desde este punto de vista, para sustentar algunas de sus exposiciones.

En primera instancia la autora nos ubica en la antigüedad (Roma y Grecia) donde  relaciona la nodriza como aquella mujer, sirvienta y esclava que ayudaba a la crianza del recién nacido y en variadas ocasiones con el amamantamiento de un hijo ajeno. Estas funciones podían llevar a crear lazos afectivos con la familia y especialmente con aquel que cuidaba y amamantaba. Esta práctica no solo se dio en las familias de elite, sino que se presentó en todas las clases sociales, volviéndose así para la época en una practica común socialmente aceptada.

En relación al padre ubicado en esta misma época, la autora describe a un hombre  que a pesar de que “disponía de un poder absoluto”[2], no -exigía- a su esposa que lactara, ya fuera por fines reproductivos o por considerar que la lactancia podría crear demasiada intimidad entre madre e hijo y por tanto demasiada ternura en el niño. Por otra parte la autora, por medio de algunos mitos expone la posibilidad de que dicha negación del hombre se de cómo una contradicción masculina. Decisión también influenciada por la iglesia, dado que dicha institución prohibía las relaciones sexuales en el periodo lactante a la vez que exigía fidelidad, convirtiéndose en un motivo más para separar a la madre del recién nacido.

En referencia a las mujeres-madres de la época antigua, la autora relaciona en el texto a las romanas y a las griegas quienes buscaron el apoyo de las nodrizas para la crianza de los menores. A diferencia de las griegas las romanas no daban pecho a sus hijos, según los moralistas de la época por sobreponer belleza al instinto materno, mientras que para otros solo era un instinto de protección, al no quererse encariñar -demasiado- con un niño, que en una época de alta mortalidad infantil, tenia grandes posibilidades de morir. Además que dicha decisión también se encontraba reforzada por el hombre. La mujer de esta época no tenían voz, pues en ultimas en el “antiguo régimen es el hombre el que manda”[3]. 

Otro actor involucrado en esta época en la lactancia, es el médico, quien tenía una participación de opinión en el amamantamiento e indirectamente con sus palabras en las decisiones tomadas referentes a la nodriza. Dentro de su discurso, el médico describía detalladamente el modelo preferible a tener en cuenta al escoger una nodriza que incluía desde el buen aspecto físico hasta las cualidades -maternas- para cuidar un niño ajeno como si fuera propio, amoldando su forma de ser, actuar y vivir a las necesidades del recién nacido y no a las suyas. Las definiciones dadas por el médico de la antigüedad, forjaron un modelo idealizado de “buena nodriza” que duro hasta mitad del siglo XIX.

Los actores anteriormente nombrados intervienen directa o indirectamente en la relación entre la madre y el padre, la cual gira en torno a las ideas externas sociales e institucionales, como las de la iglesia y las del médico que representaban el saber e ideas propias masculinas, llevando al hombre a tomar la decisión de pagar a una mujer extraña el amamantamiento y cuidado de su hijo reduciendo el proceso de lactancia a una “función subalterna“, además de alejar a la madre de este proceso y establecer inconscientemente una relación de igualdad entre el hombre y la mujer al no poder ninguno lactar, relación que al estar rodeada de todos estos aspectos deja de ser “relación de sexo y se transforma así en relación de clase.[4]

Para establecer las relaciones entre las mujeres y las nodrizas y entre el médico y las mujeres, la autora, lleva al lector a otra época histórica (El Medioevo) en la que aparecen las ciudades con todo lo que ello implica como problemas de higiene, hacinamiento, escasez de agua, epidemias, y por consiguiente un mayor índice de mortalidad, sobre todo en la población infantil. Se lleva a los menores al campo para no exponerlos a estos peligros, y para que reciban leche materna de una mujer campesina saludable y que goce de un ambiente menos contaminado, sacrificando así la madre, la posibilidad de establecer contacto físico con su hijo y por tanto afectividad.

Para finales del siglo XVIII la revolución industrial abrió espacio laboral para la mujer, llevando a que ya no dispusiera de igual tiempo para dedicar al cuidado y lactancia de los hijos por lo cual decide contratar a una mujer de la misma ciudad o de un suburbio como apoyo en estas funciones; aunque en condiciones deplorables debido a las bajas pagas por esta labor, lo que llevaba en variadas ocasiones a la muerte del menor. Aparece así en Francia “la industria de la nodriza”[5]: las hay del campo y de la ciudad, las que solo ofrecen su leche o las que añaden cuidados al menor. Las nodrizas tienen opción de trabajar en este oficio ya sea en hogares de la elite, de más bajos recursos o en hospitales con niños abandonados o huérfanos, aunque según fuera el espacio, era la paga y por consiguiente la consagración o no al cuidado del recién nacido. Las había pobres y muy pobres, como el caso de las madres solteras que no contaban con ningún apoyo y vivían en la miseria por lo que en ocasiones decidían quedarse a vivir en el hospital a cambio de amamantar otros bebes, a expensas de sacrificar la alimentación del propio hijo.

Para el periodo de la ilustración, los grandes pensadores de la época (filósofos) preocupados por mejorar el número y calidad de los pobladores y por bajar la alta tasa de mortalidad infantil (de la cual se acusaba a las nodrizas), abogaban por la lactancia materna, creando discursos sobre valores donde se señala la madre que no lactaba y se clasificaba la nodriza como pobre, ignorante y sucia. Alrededor de estos hechos “la lactancia se convierte en fundamento de una nueva identidad social”, que gira entorno a la higiene y a la moral, donde prevalecían los lazos afectivos, el contacto maternal, virtudes maternales que implantan un “nuevo modelo de familia y civilización”. A pesar de esta influencia filosófica y aunque las madres quisieran o decidieran asumir la lactancia, seguían prevaleciendo las relaciones sexuales que indirectamente hacían apartar a la madre del lactante por lo que a finales del siglo XVIII mujeres de la elite que favorecen la lactancia fundaron “asociaciones femeninas” apoyando a las mujeres pobres e impulsándolas a amamantar sus propios hijos[6].

Ante la fama hecha a las nodrizas de poco entregadas a su labor, hacia el siglo XIX,  las burguesas, decidieron que las nodrizas se trasladaran hasta sus hogares, lo que les permitía inspeccionarlas y a la vez estar cerca de sus hijos. Al compartir un mismo espacio y una tarea común -el cuidado del menor- se crean problemas de clase entre estas dos actoras. Aparecen dilemas y contradicciones entre la madre quien no puede expresar sus sentimientos por no dañar la leche de la nodriza y esta última quien goza de beneficios y comodidades a cambio de abandonar su familia y por supuesto su propio hijo. Termina así la madre siendo desplazada de su tarea -maternal-, cediendo un espacio que le podría ser propio, un conocimiento que no tiene más que por instinto a una desconocida que puede llegar a tener en sus brazos a un hijo ajeno como si fuera el propio.

Por otra parte los médicos influenciados también por el discurso filosófico y preocupados por la alta mortalidad infantil, encuentran motivación para investigar y resolver el problema de la alimentación de los menores, el cual, debido al alto número de niños abandonados, las nodrizas no alcanzaban a cubrir. Dichas investigaciones llevaron a intentos de practicas de alimentación con leche animal y la fabricación de instrumentos para facilitar procedimientos alimenticios, pero la falta de esterilización llevo al fracaso a estos experimentos y por consiguiente a la prevalencia de muertes en menores. Aunque se reconoce el progreso en el conocimiento sobre enfermedades.

Para el siglo XIX, las investigaciones de Pasteur traen consigo la leche pasteurizada. Igualmente se inicia el manejo esterilizado de biberones impidiendo la transmisión de enfermedades. Así a pesar de reconocer los beneficios de la leche materna, los médicos recomiendan la utilización de biberones en hospicios. El uso de este instrumento, cambia las “relaciones sociales e interpersonales a las que concierne la lactancia”[7]. Por un lado la nodriza ya no tiene que tener un hijo y abandonarlo para poder lactar al de otra mujer, sino que tiene la posibilidad de ser cuidadora utilizando el biberón, llevando a que la edad y las características físicas ya no sean una exigencia como si lo siguen siendo los espacios y la higiene, es posible darle la leche de su propia madre, reconfigurando la imagen de la madre como aquella que no solo “sirve” para amamantar, sino como “una tierna mama que vive un idilio con su bebe”[8]. En referencia al padre los avances respecto al biberon y la esterilización abren un espacio para que el hombre participe en el proceso de lactancia a pesar de que cultural y mentalmente para la época no era reconocido como parte de sus funciones. Solo hasta finales del siglo XX se permite esta idea a nivel social.

Con referencia a los médicos, el biberón permite avances científicos en cuanto al tipo, cantidad y calidad del alimento del recién nacido, llegando a establecer normas con respecto a la lactancia y leche a digerir por el menor. Fue el médico quien persuadió a las madres para que lactaran bajo esta normas, desplazando así el saber cotidiano y racional de las mujeres en referencia a la lactancia. El conocimiento médico y científico termino penetrando en las relaciones familiares, estableciendo con las madres una relación de saber “el doctor se convirtió en un personaje indispensable en las familias“, educó a las madres jóvenes para que los menores recibieran la leche materna directamente de su madre. Pero para 1970, el surgimiento del feminismo contemporáneo, llevo a muchas madres a desechar nuevamente la idea del amamantamiento, ante una posible perdida de la -libertad-. Más adelante al contar con instrumentación técnica, mayores avances médicos y científicos, es posible conocer las relaciones madre-hijo, desde antes de nacer, teorías sobre apego, afectividad, llevan a reconocer la lactancia más que como un hecho moral o simplemente biológico, como un espacio de relación maternal con un hijo (esa otra persona) que siente y se afecta. Llevando a ver el proceso de lactancia como una etapa fundamental tanto para la madre como para el hijo no solo visto desde la salud sino desde los psicológico y social.

En la última etapa histórica relacionada por la autora (siglo XX), nos habla de la entrada de la mujer al espacio laboral, donde los empleadores se sienten afectados por la decisión de la mujer de ser participe directa en el proceso de amamantamiento y cuidado del menor, deduciendo que el espacio de la nodriza podría verse factible aún en esta época, ya como una función profesional, en el aspecto legal y social. Y ella recibiría beneficios que nunca recibe la verdadera madre, así un hecho aparentemente tan sencillo como lo es amamantar al propio hijo, se puede convertir en un hecho social y cultural, que tiene contradicciones, ventajas y desventajas entre quienes participan de el.

De esta forma, termina la autora demostrando que un tema de investigación -la lactancia- que aparentemente solo involucra a la madre y al hijo, es mucho más complejo de lo que se percibe a primera vista. La lactancia y el cuidado de un menor, involucra más que a la propia familia. En este proceso es posible percibir relaciones de género, de saber y de clase, tal como lo describe Ivonne en su artículo.

Bajo un proceso de revisión de fuentes históricas, la autora puede revelar al lector datos de la cotidianidad de la mujer madre señalada por la decisión de lactar o no, cuando ni siquiera es ella misma quien decide. De la nodriza, mujer trabajadora juzgada por abandonar a su hijo y dar su leche a uno ajeno. Del hombre padre influenciado por su masculinidad, por la iglesia y por una sociedad. Del hombre médico investigador que con su saber se le permite involucrarse en asuntos aparentemente privados. Del hijo abandonado o huérfano que sufre por las necesidades de una madre, por una sociedad donde es posible usar el propio cuerpo como recurso de supervivencia ante pocas opciones laborales. Con todos estos aspectos, la autora demuestra que la lactancia materna, además de ser un proceso biológico, es un aspecto determinado por una cultura, una sociedad y un momento histórico.

Datos culturales, sociales, simbólicos y mitológicos permiten al lector adentrarse en un  texto para recibir aportes históricos y sociales desde la población Antigua hasta 1995, momento en que la autora culmina su articulo. Demuestra además que a través de una investigación sencilla es posible aportar datos relevantes de análisis familiar y social.




[1]     Knibiehler Ivonne. Madres y Nodrizas, En Tubert Silvia (ed) Figuras de la Madre, Feminismos, CÁtedra. Universitat de Valencia Instituto de la Mujer. Madrid. 1996. Página 95.
[2]     Idem, página 97.
[3]     Idem pagina 102.
[4]     Idem pagina 103.
[5]     Idem pagina 106
[6]     Idem pagina 108
[7]     Idem pagina 115.
[8]     Idem pagina 116. 

Reseña. Dejarás a tu Padre y a tu Madre. Philippe Julien. (Psicoanálisis)

Dejarás a tu padre y a tu  madre. Philippe Julien. Siglo XXI Editores s.a. 2002, 116 páginas.
Por. Nidia Nitola Betancourt

La familia en la contemporaneidad está sujeta a tensiones que marcan su existir y la discusión sobre su comprensión puede ser abarcada desde diferentes perspectivas. En esta ocasión el escritor y psiconalista Julien Philippe, permite reflexionar sobre el papel de la familia, sus funciones, lo que la rige y la fundamenta en la actualidad y a partir de éste análisis responde la pregunta que realiza en el texto ¿qué debe transmitir una generación a la siguiente que le permita dejarla? o ¿qué permite a un hombre y a una mujer fundar una nueva familia?.

Para el autor el mundo moderno es el nacimiento de lo social, mientras se pasó de comunidad a sociedad, las relaciones entre el espacio privado y el de la ciudad cambiaron. Se paso de una familia tradicional donde el padre con su autoridad tenía la posibilidad de elegir el cónyuge para su hijo(a), luego la caída de esta imagen permite que sean los mismos hijos quienes tengan autonomía al respecto. Para el siglo XII el “amor cortes” que permite un espacio de conquista y los diseños arquitectónicos que cambian los espacios físicos, permiten poco a poco mayor privacidad.  Así para el siglo XX, en las sociedades occidentales se da una división entre la vida privada y la vida pública y paulatinamente se da una disyunción entre conyugalidad y parentalidad, siendo esta la “novedad de la modernidad”.

Mientras la conyugalidad gana privacidad, la familia se vuelve cada vez más pública. En la parentalidad un “tercero social” busca hacer cumplir los derechos del niño y ofrecerle desde el entorno lo que le pueda faltar. Ya sea desde la institución o por medio de un profesional experto, se dirige a los padres en sus funciones, deja de ser la madre única poseedora de este saber y el tercero junto a los padres instaura la ley del bienestar, pretendiendo dar “aquello” que haga falta para la felicidad de ese niño. Como límite a esta ley se encuentra la ley del deber, ley universal que en la modernidad se instaura por si misma luego de la pérdida de la autoridad del padre. En ésta última ley, se transmite la ley del incesto, dada desde el discurso social en cada nueva conyugalidad, como ley universal que rige la sociedad humana desde “siempre”, ley que se transmite y delimita lo prohibido y lo autorizado, entonces, se destaca aquí, uno de los papeles de la familia: instaurar tanto la ley de bienestar como la ley del deber. Pero estas dos leyes a veces se oponen y se hace necesaria la transmisión de una tercera ley que se presente cuando las dos encuentran su propio límite.

Para el autor, ésta ley, es la ley del deseo. Demostrando que desde lo social se transmite la ley del incesto, pero no puede hacer que se cumpla por sí sola, se necesita de algo más que logre que la alianza entre hombre y mujer se dé y se funden nuevas familias. Habla así de la ley del deseo, considerando que la verdadera razón de la prohibición del incesto viene de la transmisión de ésta ley, que está en la base de cada nueva conyugalidad.

Para que la ley del deseo pueda ser transmitida por los padres, la parentalidad se tiene que fundar en la conyugalidad bajo tres dimensiones: amor, deseo y goce. En el encuentro del amor y la dualidad de los goces de hombre y mujer únicamente la ley del deseo puede hacerlos avanzar en la conyugalidad. Los padres se tienen que reconocer como hombre y mujer de deseo; en medio de una conyugalidad fundada en la diferencia reconocen el deseo existente entre ellos. Cada uno da un lugar al otro en la relación, lo que permite que el niño aprenda una negación “tú no eres objeto de nuestro goce”. Así los padres dan a los hijos el poder de dejarlos para siempre, porque les han demostrado que su conyugalidad estuvo y seguirá estando primero que ellos. Los padres se retiran y los hijos hacen lo mismo.
Esta alianza conyugal dada a través de la ley del deseo, se da luego de la ruptura con la familia de origen y es transmitida por los padres, es decir que sólo un padre y una madre que han sido y son el uno para el otro tienen la posibilidad de transmitir a sus hijos la ley del deseo cuando son adultos. La privacidad de la conyugalidad es la que permite que la imagen de separación entre parentalidad y conyugalidad este en las generaciones. Esta ley del deseo se instaura en las nuevas generaciones por medio de la palabra de la madre, quien da razón al hijo sobre la alternancia de presencia y ausencia sufrida en su niñez. La madre como mujer, marca para el niño un lugar en tercera posición fuera de su conyugalidad y a la vez desde su deseo da un lugar al padre (figura), quien transmite al niño la distancia entre la imagen del padre ideal y la del padre real, demostrando que no es Dios, que no lo puede saber todo y que el objeto de su goce es la mujer y no el niño. Permitiendo que el niño realice el duelo de padre ideal y decida hacer una alianza en su propia generación, según la ley del deseo.

En este sentido desde el título de la obra “Dejarás a tu padre y a tu madre” el autor indica el camino de la respuesta a la pregunta formulada sobre ¿qué permite a un hombre y a una mujer fundar una nueva familia?. Lo que permite que los hijos dejen a su padre y a su madre y funden públicamente una familia, es la conyugalidad. La verdadera transmisión que se recibe de los padres es la posibilidad de crear un lazo conyugal con un sujeto que proviene de otra descendencia. Los padres transmiten a sus hijos la posibilidad de dejarlos para siempre, porque su conyugalidad está primero, es allí de donde reciben amor y goce, así la ley del deseo le permitirá al hijo avanzar en su propia conyugalidad. Solo esta conyugalidad privada hace posible que las generaciones funden una familia, surge cuando en esta última generación se da una falla en la felicidad cuya significación se abre hacia el deseo del otro que le permite volver a empezar en caso de infelicidad. Esta herencia debe ser transmitida a las otras generaciones.

De esta forma se da la tercera ley de la prohibición del incesto transmitida en el discurso y fundada en la ley del deseo, que es la que permite que cada nueva familia perpetúe la existencia de la sociedad.
Lo significativo entonces es que a través de esa ley del deseo como complemento y límite de las leyes del deber y del bienestar, se pueda transmitir a las generaciones el argumento que les permita forjar una nueva familia. Esta transmisión de lo simbólico imaginario, se da desde los padres, desde su conyugalidad hacia los hijos para que éstos luego puedan igualmente transmitirlo a los suyos, siendo la familia constituyente y a la vez constitutiva. Así pueden cumplir con su obligación de portar la continuidad de su familia.

Presenta así el autor la tensión dada entre el mundo privado y el mundo público fundada en la crisis de la paternidad. Como parte de la familia, el padre siempre había tenido un rol muy definido y sin cuestionamientos en el mundo occidental que se enmarcaba en ser el centro de toma de decisiones, el eje económico y a establecer las directrices en las que encajaría la familia en la sociedad.  En la familia moderna, sin embargo ese papel se ve afectado por los cuestionamientos acerca del verdadero significado de ser padre, su agresividad sexual que afecta a los niños y adolescentes que hacen parte de su familia y de las implicaciones de revelar tales escándalos. Dicha tensión y división se genera por su dificultad para manejar el tema de la sexualidad: lo positivo de las relaciones conyugales y lo negativo de las relaciones incestuosas.

Para terminar se puede decir que aunque es un libro corto, su denso contenido debe ser leído pausadamente para poder interrelacionar las ideas del autor, que aportan al análisis de la familia moderna ofreciendo una mirada sobre su conformación y sus funciones, llevando a entender así, su papel principal como transmisora a través de la conyugalidad de los padres, de la posibilidad de que las nuevas generaciones funden nuevas familias. 

Reseña. La Mujer Justa. Marai Sandor. Se los recomiendo.

Reseña: Marai Sandor. La Mujer Justa. Editorial Salamandra. Febrero de 2009. 415 páginas.

A los casi 89 años de edad, el autor Sandor Marai abandona su vida, dejando un gran legado a la literatura y a sus seguidores, a quienes les gusta sumergirse en otros mundos y otras vidas por medio de personajes que viven encarnados en algunos de sus tantos escritos; en otra época, en otro espacio, pero con quienes los lectores a través de la voz de este gran autor comparten en lo más profundo un mismo sentir.

En el 2005 se publica la primera edición de una de sus grandes obras “La Mujer Justa” con tal éxito que tan solo 4 años después es posible encontrar 18 ediciones más. En esta novela el autor lleva a que el lector entre en una historia de los años 40´s en Europa (Budapest), una historia de amor que cuenta la vida entrelazada de dos mujeres y un hombre; de quienes los rodearon, de quienes marcaron su cuerpo, su vida y su existencia; de su entorno, de las palabras dichas y las no dichas, de miradas, de momentos y espacios, de amor y desamor, de soledad, deseos inexplicables, pasión, pulsaciones y todos esos sentimientos que simplemente evidencian que se está vivo.

Marai, divide la novela en tres partes (monólogos), en el cual cada protagonista cuenta su versión de la historia y a la vez pone en evidencia su vida, deseos, sentimientos y sueños. Los tres relatos se complementan y aunque se presentan separados desde la voz de cada protagonista, el uno se entrelaza al otro como sus propios personajes y sus tortuosas y apasionadas relaciones. Cada diálogo ofrecido desde diferentes espacios y momentos permite al lector hacer parte de esta historia, conocer de cerca cada personaje, su carácter, su vida, sus pensamientos y hasta lo que ni el mismo personaje reconoce conscientemente de sí mismo.

Los protagonistas de la novela: Marika, Peter y Judit, están inmersos en una misma historia pero a la vez cada uno está marcado y atravesado por una historia que no es la suya sino la de quienes los rodearon. Introducidos desde antes de nacer en un contexto y en un medio social que nunca pidieron, en unos deseos e ideales ajenos a los suyos, ya adultos se hallan en lo no propio, tratando de encontrar la tan anhelada “felicidad”.

En cada relato el centro de la historia corre en torno a Peter y las relaciones que fundaron su destino. Este ingeniero, empresario hijo de Burgueses es por tanto un Burgues, un sujeto marcado por una clase social donde la elegancia, la educación y la cultura deben estar presentes en su vida y en sus decisiones. Peter desde antes de nacer hizo parte del discurso de sus padres, donde estaba destinado a reemplazar a su progenitor en el medio empresarial, social y de poder en el que se movilizaba. Sus padres le otorgaron atribuciones para ser parte de esta clase social y lo educaron para engendrarlas. Estas palabras que atravesaron la realidad simbólica de Peter, lo llevaron a determinar su vida de forma tortuosa y a estar en conflicto consigo mismo entre sus propios deseos y los de la red de relaciones que lo rodearon.

Bajo estos aspectos Peter toma decisiones que proceden de los otros, habla el lenguaje de su familia y no expresa el propio.  Las reglas y límites en los que lo introdujo su padre y el miedo a perder un reconocimiento nunca buscado, le impidieron que en su juventud pudiese establecer una relación de deseos y pulsaciones nunca antes sentidas y despertadas por una bella y joven campesina llamada Judit, quien llego como criada a su casa, a ese mundo simbólico que la Burguesía establece, donde prevalecen las relaciones de clase y la imposibilidad para Peter de tener un acercamiento amoroso con una campesina, lo que en el fondo instituyó más este deseo.

Desde el momento en que sus vidas se cruzan, Peter y Judit inician una relación de lo no dicho, de miradas, de expresiones leídas desde lo que se siente y no desde la realidad de cada uno, de deseos insatisfechos, de espera, desesperanza y soledad, pero cada uno desde un espacio lejano al otro.

Judit, quien nació en un mundo de pobreza, proviene de una familia en la que paso épocas de hambre y penumbra pero no de infelicidad, pues aprendió a vivir y hacer de esta pobreza parte de su existencia, con la firme idea de que para salir de allí haría lo que estuviera a su alcance.

Cuando llega como empleada doméstica a casa de Peter y sus padres, se ve sumergida en un mundo impropio, un mundo lejano al suyo y donde a pesar del buen trato que le ofrecieron, se siente juzgada, desplazada, humillada y hasta hastiada de tanta rigidez. Los mayores sentimientos que la invadieron fueron el miedo y la inquietud, creando en ella insatisfacción ante su vida, pero siempre con la idea y el recuerdo presente de salir de la pobreza de la cual provenía. En medio de este mundo, aprende los modales y costumbres de los ricos y hasta intenta entender la forma de ser y de pensar de aquellos burgueses que la rodearon durante los años que permaneció a su servicio y durante los cuales espero a que Peter tomara la decisión de desposarla.

Peter sintiéndose incapaz de tomar dicha decisión por si solo pide a Judit que vaya donde su amigo de juventud, Lazar, para que como testigo de su vida, sus deseos y su inconformidad, lo guie hacia una decisión. Lazar para quien cada palabra tenía un significado único, no pronunció palabra alguna al respecto. Peter decide viajar y esperar que las fronteras y el tiempo le traigan paz. Al regresar se da cuenta que realmente nada ha cambiado, Judit sigue esperándole. Él, sintiéndose incapaz de contradecir el discurso que siempre lo rodeo y que debatió con sus propios deseos, decide casarse con Marika, una mujer que sin pertenecer directamente a la clase burguesa, su elegancia y proveniencia, le permiten ser más “justa” para un hombre de esta clase social, una dama, aprobada por las reglas del universo simbólico de Peter.

Marika, una mujer bella, educada en medio de valores conservadores que le permiten creer en el amor y en el matrimonio, pasa su vida conyugal luchando por mantener la armonía de su hogar, por lograr que Peter encuentre la paz y un sentido a su existencia, por dejar de sentir que vive con un extraño al que ama pero al que no conoce. Mientras a la vez lucha consigo misma por pertenecer a una clase media, por considerarse menos culta que su esposo a pesar de su disciplinada preparación en busca de la perfección. Para Marika, Peter es el hombre justo, ideal y caballeroso con que una mujer como ella puede soñar y amar desmedidamente, pero que sin embargo se convirtió en el hombre que la hizo sufrir por no amarla como ella creía que debía amarla, porque a pesar de darle todo, ella sentía que no le ofrecía nada, porque siempre vivió a su lado un divorcio anunciado y un vacio solo aceptado años después, cuando se entera que su relación estuvo cruzada por los recuerdos que Peter mantuvo presentes sobre Judit.

Contrastada por la resignación y el amor, Marika decide llevar a su esposo al cumplimiento de ese deseo incontrolable y lo entrega a brazos de Judit. Relación que solo después de muchos años de haberse deseado, puede consolidarse en un segundo matrimonio para Peter.

Luego de la separación de Marika, el significado simbólico de la muerte de su padre y el alejamiento parcial de la clase social que tanto lo marco, Peter decide buscar a Judit, quien había partido a Londres, convencida de que en algún momento regresaría al encuentro de Peter.

Convertida en una dama con modales y gustos sociales que llevan las expresiones de la clase burguesa, forjados por la amarga experiencia de estar inmersa en una clase social que no es la suya, Judit aparece nuevamente en la vida de Peter dispuesta hacer parte de su mundo y a dejar atrás el recuerdo de la pobreza. Inician un matrimonio en el que cada uno tiene su propio camino y en el que las esperanzas se convierten en decepciones.

Peter pensó encontrar en Judit el amor y la posibilidad de escapar de ese mundo en el que había sido incluido sin que se le hubiese preguntado, mientras Judit a la vez que sentía que lo amaba y lo odiaba, no logró ver a Peter como a un esposo, sino como al “señor” al que había que servirle y mientras lo atendió, consciente de que no era una verdadera rica, gozó del dinero de su esposo, se sacio, lo disfruto y hasta se acostumbro. Y con el vivo recuerdo de salir de la pobreza a costa de lo que fuera y con el alma ofendida decidió tomar de Peter su dinero para asegurar la comodidad en un futuro, para vengarse de la pobreza y hacer de un deseo inexplicable parte de una historia olvidada, en la que nuevamente la separación cobra vida.

Así, cada protagonista muestra la imposibilidad de un encuentro completo. Mientras permanecieron en el deseo de amar y ser amados, se hicieron fuertes, aprendieron a vivir en la esperanza y a gozar de una posible soledad que nunca quisieron pero en la que en el fondo siempre se sumergieron. Donde tal vez, la única compañía que sintieron real en algún momento de sus vidas fue la de Lazar, ese escritor que cuestionaba su existencia y la de los demás pero sin preguntar, sin juzgar y sin ir más allá de lo que su razón entrecruzada con sus instintos le permitieron, quien adentrándose en juegos escapaba de la cultura, del malestar, de las palabras, de una realidad que nunca pudo aceptar y que aunque trato no pudo entender. Ese ser que se convirtió en amigo y testigo de la vida de Peter, quien sin proponérselo fue confidente y guía de Marika y quien por casualidad estuvo presente y permaneció en el recuerdo que Judit tenía de Budapest y la guerra.

Para finalizar se puede decir que el autor Sandor Marai con esta obra literaria mientras logra que el lector se convierta en el oyente de cada personaje, que viva sus angustias, sus dolores, su amor, sus deseos y su soledad, por medio de frases casi poéticas y filosóficas, muestra el mundo en que puede ser sumergido un sujeto cuando el simbolismo de una clase social se cruza en su vida y en sus relaciones. Muestra la influencia que se tiene sobre el otro y a la vez lo influenciado que se puede estar por una familia, por una cultura, por lo interno y lo externo que está presente en todo momento de nuestras vidas y que marca nuestro camino muchas veces sin que lo percibamos en nuestro propio ser despertando en nosotros deseos y sentimientos inexplicables para los demás y hasta para nosotros mismos.

Nidia Nitola B