Nidia Aurora Nitola Betancourt
Trabajadora Social
“Madres y Nodrizas“, Ivonne Knibiehler, en Tubert Silvia (ed) figuras de la madre, feminismos, catedra, universidad de valencia instituto de la mujer, madrid, 1996. 14 páginas.
La Doctora en Psicología y psicoanalista Silvia Tubert, en su obra “Figuras de la Madre” (en esta ocasión como compiladora), incluye diez artículos relacionados social y culturalmente con un tema femenino por su origen biológico: -la maternidad-. Con el claro objetivo de ofrecer a los lectores una mirada interdisciplinaria, los artículos seleccionados por la compiladora permiten analizar, como lo dice el título de la obra, las Figuras de la Madre, en diferentes contextos y espacios históricos, donde cada autor ofrece su propia mirada y aporta desde un enfoque diferente sobre el tema de la maternidad vinculado más que con la maternidad en si misma, con las representaciones sociales, culturales y simbólicas que se le han adjudicado y que han estado presentes y relacionados entre si, a través de la historia.
Uno de estos artículos es el escrito por la historiadora francesa Ivonne Knibiehler, al cual se enfoca esta reseña “Madres y Nodrizas”. En este escrito la autora recorre históricamente dentro de la “cultura occidental“, un tema relacionado con una de las funciones adheridas a la maternidad -la lactancia-. A través del artículo, la autora, muestra una perspectiva de las relaciones que se establecen entorno al tema de la lactancia y el cuidado de los menores y los actores involucrados en ello, ya sea directa o indirectamente. Estas relaciones son: “las relaciones de sexo entre la madre y el padre, las relaciones de clase entre la madre y la nodriza y las relaciones de saber entre la madre y el médico“[1]. Para ir estableciendo este tipo de relaciones, la autora a lo largo del texto describe a sus lectores estos personajes, destacando algunas de sus características y posturas, así como los estereotipos creados socialmente en la época, mientras va mezclando momentos históricos y va vinculándolos hasta entablar un tipo de relaciones especifico. Igualmente usa los mitos y leyendas basados en fuentes que han investigado el tema desde este punto de vista, para sustentar algunas de sus exposiciones.
En primera instancia la autora nos ubica en la antigüedad (Roma y Grecia) donde relaciona la nodriza como aquella mujer, sirvienta y esclava que ayudaba a la crianza del recién nacido y en variadas ocasiones con el amamantamiento de un hijo ajeno. Estas funciones podían llevar a crear lazos afectivos con la familia y especialmente con aquel que cuidaba y amamantaba. Esta práctica no solo se dio en las familias de elite, sino que se presentó en todas las clases sociales, volviéndose así para la época en una practica común socialmente aceptada.
En relación al padre ubicado en esta misma época, la autora describe a un hombre que a pesar de que “disponía de un poder absoluto”[2], no -exigía- a su esposa que lactara, ya fuera por fines reproductivos o por considerar que la lactancia podría crear demasiada intimidad entre madre e hijo y por tanto demasiada ternura en el niño. Por otra parte la autora, por medio de algunos mitos expone la posibilidad de que dicha negación del hombre se de cómo una contradicción masculina. Decisión también influenciada por la iglesia, dado que dicha institución prohibía las relaciones sexuales en el periodo lactante a la vez que exigía fidelidad, convirtiéndose en un motivo más para separar a la madre del recién nacido.
En referencia a las mujeres-madres de la época antigua, la autora relaciona en el texto a las romanas y a las griegas quienes buscaron el apoyo de las nodrizas para la crianza de los menores. A diferencia de las griegas las romanas no daban pecho a sus hijos, según los moralistas de la época por sobreponer belleza al instinto materno, mientras que para otros solo era un instinto de protección, al no quererse encariñar -demasiado- con un niño, que en una época de alta mortalidad infantil, tenia grandes posibilidades de morir. Además que dicha decisión también se encontraba reforzada por el hombre. La mujer de esta época no tenían voz, pues en ultimas en el “antiguo régimen es el hombre el que manda”[3].
Otro actor involucrado en esta época en la lactancia, es el médico, quien tenía una participación de opinión en el amamantamiento e indirectamente con sus palabras en las decisiones tomadas referentes a la nodriza. Dentro de su discurso, el médico describía detalladamente el modelo preferible a tener en cuenta al escoger una nodriza que incluía desde el buen aspecto físico hasta las cualidades -maternas- para cuidar un niño ajeno como si fuera propio, amoldando su forma de ser, actuar y vivir a las necesidades del recién nacido y no a las suyas. Las definiciones dadas por el médico de la antigüedad, forjaron un modelo idealizado de “buena nodriza” que duro hasta mitad del siglo XIX.
Los actores anteriormente nombrados intervienen directa o indirectamente en la relación entre la madre y el padre, la cual gira en torno a las ideas externas sociales e institucionales, como las de la iglesia y las del médico que representaban el saber e ideas propias masculinas, llevando al hombre a tomar la decisión de pagar a una mujer extraña el amamantamiento y cuidado de su hijo reduciendo el proceso de lactancia a una “función subalterna“, además de alejar a la madre de este proceso y establecer inconscientemente una relación de igualdad entre el hombre y la mujer al no poder ninguno lactar, relación que al estar rodeada de todos estos aspectos deja de ser “relación de sexo y se transforma así en relación de clase.[4]
Para establecer las relaciones entre las mujeres y las nodrizas y entre el médico y las mujeres, la autora, lleva al lector a otra época histórica (El Medioevo) en la que aparecen las ciudades con todo lo que ello implica como problemas de higiene, hacinamiento, escasez de agua, epidemias, y por consiguiente un mayor índice de mortalidad, sobre todo en la población infantil. Se lleva a los menores al campo para no exponerlos a estos peligros, y para que reciban leche materna de una mujer campesina saludable y que goce de un ambiente menos contaminado, sacrificando así la madre, la posibilidad de establecer contacto físico con su hijo y por tanto afectividad.
Para finales del siglo XVIII la revolución industrial abrió espacio laboral para la mujer, llevando a que ya no dispusiera de igual tiempo para dedicar al cuidado y lactancia de los hijos por lo cual decide contratar a una mujer de la misma ciudad o de un suburbio como apoyo en estas funciones; aunque en condiciones deplorables debido a las bajas pagas por esta labor, lo que llevaba en variadas ocasiones a la muerte del menor. Aparece así en Francia “la industria de la nodriza”[5]: las hay del campo y de la ciudad, las que solo ofrecen su leche o las que añaden cuidados al menor. Las nodrizas tienen opción de trabajar en este oficio ya sea en hogares de la elite, de más bajos recursos o en hospitales con niños abandonados o huérfanos, aunque según fuera el espacio, era la paga y por consiguiente la consagración o no al cuidado del recién nacido. Las había pobres y muy pobres, como el caso de las madres solteras que no contaban con ningún apoyo y vivían en la miseria por lo que en ocasiones decidían quedarse a vivir en el hospital a cambio de amamantar otros bebes, a expensas de sacrificar la alimentación del propio hijo.
Para el periodo de la ilustración, los grandes pensadores de la época (filósofos) preocupados por mejorar el número y calidad de los pobladores y por bajar la alta tasa de mortalidad infantil (de la cual se acusaba a las nodrizas), abogaban por la lactancia materna, creando discursos sobre valores donde se señala la madre que no lactaba y se clasificaba la nodriza como pobre, ignorante y sucia. Alrededor de estos hechos “la lactancia se convierte en fundamento de una nueva identidad social”, que gira entorno a la higiene y a la moral, donde prevalecían los lazos afectivos, el contacto maternal, virtudes maternales que implantan un “nuevo modelo de familia y civilización”. A pesar de esta influencia filosófica y aunque las madres quisieran o decidieran asumir la lactancia, seguían prevaleciendo las relaciones sexuales que indirectamente hacían apartar a la madre del lactante por lo que a finales del siglo XVIII mujeres de la elite que favorecen la lactancia fundaron “asociaciones femeninas” apoyando a las mujeres pobres e impulsándolas a amamantar sus propios hijos[6].
Ante la fama hecha a las nodrizas de poco entregadas a su labor, hacia el siglo XIX, las burguesas, decidieron que las nodrizas se trasladaran hasta sus hogares, lo que les permitía inspeccionarlas y a la vez estar cerca de sus hijos. Al compartir un mismo espacio y una tarea común -el cuidado del menor- se crean problemas de clase entre estas dos actoras. Aparecen dilemas y contradicciones entre la madre quien no puede expresar sus sentimientos por no dañar la leche de la nodriza y esta última quien goza de beneficios y comodidades a cambio de abandonar su familia y por supuesto su propio hijo. Termina así la madre siendo desplazada de su tarea -maternal-, cediendo un espacio que le podría ser propio, un conocimiento que no tiene más que por instinto a una desconocida que puede llegar a tener en sus brazos a un hijo ajeno como si fuera el propio.
Por otra parte los médicos influenciados también por el discurso filosófico y preocupados por la alta mortalidad infantil, encuentran motivación para investigar y resolver el problema de la alimentación de los menores, el cual, debido al alto número de niños abandonados, las nodrizas no alcanzaban a cubrir. Dichas investigaciones llevaron a intentos de practicas de alimentación con leche animal y la fabricación de instrumentos para facilitar procedimientos alimenticios, pero la falta de esterilización llevo al fracaso a estos experimentos y por consiguiente a la prevalencia de muertes en menores. Aunque se reconoce el progreso en el conocimiento sobre enfermedades.
Para el siglo XIX, las investigaciones de Pasteur traen consigo la leche pasteurizada. Igualmente se inicia el manejo esterilizado de biberones impidiendo la transmisión de enfermedades. Así a pesar de reconocer los beneficios de la leche materna, los médicos recomiendan la utilización de biberones en hospicios. El uso de este instrumento, cambia las “relaciones sociales e interpersonales a las que concierne la lactancia”[7]. Por un lado la nodriza ya no tiene que tener un hijo y abandonarlo para poder lactar al de otra mujer, sino que tiene la posibilidad de ser cuidadora utilizando el biberón, llevando a que la edad y las características físicas ya no sean una exigencia como si lo siguen siendo los espacios y la higiene, es posible darle la leche de su propia madre, reconfigurando la imagen de la madre como aquella que no solo “sirve” para amamantar, sino como “una tierna mama que vive un idilio con su bebe”[8]. En referencia al padre los avances respecto al biberon y la esterilización abren un espacio para que el hombre participe en el proceso de lactancia a pesar de que cultural y mentalmente para la época no era reconocido como parte de sus funciones. Solo hasta finales del siglo XX se permite esta idea a nivel social.
Con referencia a los médicos, el biberón permite avances científicos en cuanto al tipo, cantidad y calidad del alimento del recién nacido, llegando a establecer normas con respecto a la lactancia y leche a digerir por el menor. Fue el médico quien persuadió a las madres para que lactaran bajo esta normas, desplazando así el saber cotidiano y racional de las mujeres en referencia a la lactancia. El conocimiento médico y científico termino penetrando en las relaciones familiares, estableciendo con las madres una relación de saber “el doctor se convirtió en un personaje indispensable en las familias“, educó a las madres jóvenes para que los menores recibieran la leche materna directamente de su madre. Pero para 1970, el surgimiento del feminismo contemporáneo, llevo a muchas madres a desechar nuevamente la idea del amamantamiento, ante una posible perdida de la -libertad-. Más adelante al contar con instrumentación técnica, mayores avances médicos y científicos, es posible conocer las relaciones madre-hijo, desde antes de nacer, teorías sobre apego, afectividad, llevan a reconocer la lactancia más que como un hecho moral o simplemente biológico, como un espacio de relación maternal con un hijo (esa otra persona) que siente y se afecta. Llevando a ver el proceso de lactancia como una etapa fundamental tanto para la madre como para el hijo no solo visto desde la salud sino desde los psicológico y social.
En la última etapa histórica relacionada por la autora (siglo XX), nos habla de la entrada de la mujer al espacio laboral, donde los empleadores se sienten afectados por la decisión de la mujer de ser participe directa en el proceso de amamantamiento y cuidado del menor, deduciendo que el espacio de la nodriza podría verse factible aún en esta época, ya como una función profesional, en el aspecto legal y social. Y ella recibiría beneficios que nunca recibe la verdadera madre, así un hecho aparentemente tan sencillo como lo es amamantar al propio hijo, se puede convertir en un hecho social y cultural, que tiene contradicciones, ventajas y desventajas entre quienes participan de el.
De esta forma, termina la autora demostrando que un tema de investigación -la lactancia- que aparentemente solo involucra a la madre y al hijo, es mucho más complejo de lo que se percibe a primera vista. La lactancia y el cuidado de un menor, involucra más que a la propia familia. En este proceso es posible percibir relaciones de género, de saber y de clase, tal como lo describe Ivonne en su artículo.
Bajo un proceso de revisión de fuentes históricas, la autora puede revelar al lector datos de la cotidianidad de la mujer madre señalada por la decisión de lactar o no, cuando ni siquiera es ella misma quien decide. De la nodriza, mujer trabajadora juzgada por abandonar a su hijo y dar su leche a uno ajeno. Del hombre padre influenciado por su masculinidad, por la iglesia y por una sociedad. Del hombre médico investigador que con su saber se le permite involucrarse en asuntos aparentemente privados. Del hijo abandonado o huérfano que sufre por las necesidades de una madre, por una sociedad donde es posible usar el propio cuerpo como recurso de supervivencia ante pocas opciones laborales. Con todos estos aspectos, la autora demuestra que la lactancia materna, además de ser un proceso biológico, es un aspecto determinado por una cultura, una sociedad y un momento histórico.
Datos culturales, sociales, simbólicos y mitológicos permiten al lector adentrarse en un texto para recibir aportes históricos y sociales desde la población Antigua hasta 1995, momento en que la autora culmina su articulo. Demuestra además que a través de una investigación sencilla es posible aportar datos relevantes de análisis familiar y social.
[1] Knibiehler Ivonne. Madres y Nodrizas, En Tubert Silvia (ed) Figuras de la Madre, Feminismos, CÁtedra. Universitat de Valencia Instituto de la Mujer. Madrid. 1996. Página 95.
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